viernes, agosto 20, 2010

Fértil

Ladrillos pintados de azul cetro;
custodia de escorpiones.

Bien dispuestos fríos y oxidados los barrotes.
No hay luz que me ahogue

¿qué hay de ilusiones?
 Muros sin cuello. El musgo sobre cada moldura.
Goteantes los cielos

y en ellos
la suciedad dibuja espacios blancos:
cual nubes, cual nubes.
 Una lámpara pende como un ahorcado
y su zoquete se hincha como una trompa
que va desvergonzada 
quemando polillas sediciosas a la salida de mi ombligo.
Estuvieron dentro mío,
perforándome mil amores.
 Las luces se apagan
son los colores
carcomiéndose desde sus brillos por lo oscuro.
Ahora los corazones rotos y estremecidos
no son misma cosa que los corazones puros.
El daño cae sobre quien lo merece
como un paño que cubre perfecto la fiebre.
 Al fondo una ventana que deja ver los estivales viernes,

todos verdes. Tardes frescas de verano.
Adentro, en la masmorra:
cian de atardecer metálico, 
para evitar la distinción entre un conejo y una liebre.
Hojas, que entran con el viento
colándose entre los fierros...

las estrellas de mi aposento.
Forman pasarelas, y rígidas como amarillos
suenan aún estando empapadas. Caminan.
Avanzan con su beldad,
arrodillando el ápex de aquel espectro,
y forman en realidad
una manta para cubrir mi celda.
Yo las desmaraño una por una con la sutileza de una hormiga,
luego las cargo además sobre mi columna de cera
y sobre los brazos prolongados las unto en espera.
Cuando ya soy un árbol
extiendo mis ramas y las saco por entre los barrotes.
Los conejos se acercan a mi sombra por encontrarme buen nogal
posándose uno sobre la tierra bajo mi copa.
-¡Oh, es especial!- me cruje el tronco.
Sus ojos brillosos, la esperanza de los frutos.
 Dejo caer un par de nueces y el animal se contenta.
Arrojo otras tantas y esta vez con el castañeo se ahuyenta.
Luego vuelve a menear su cola junto a mi madera;
ha vuelto porque le gusta mi hoya.
 Ahora soy un árbol con ramas sin punto final.
Ahora saludo al sauce que se degolla con sus propias hilachas,
al roble que soberbio se cierra a los grillos,
y al membrillo sonriente que ayer fue la carnada de un cínico.

Fértil,
con el corazón cultivado.
Sigo en prisión,
pero como un caracol tímido,
al menos algo de mí al sol he sacado.

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