jueves, febrero 11, 2010

Censura

Cuando se devoró las palabras de todos los idiomas prosiguió a crear otras nuevas. Muchos le llamaron a las antiguas, lenguas muertas, sin saber que la lengua devoradora seguía más viva que nunca, esperando cualquier expresión masiva de los lenguajes nuevos. Pero al monstruo letrado le faltaban dientes para aniquilar los actuales idiomas, eran tantos y con tantas reglas, con duras y espeluznantes puntuaciones y sonidos que escapaban de lo gutural. Más guturales que los propios sonidos que él emitía comiéndose una por una esas custodiadas palabras.
Y al comerlas notaba que rápidamente el ingenioso ser humano creaba más y más verbos y sustantivos. Y al comer de ellos notaba algo en su calidad. Lo nuevo no tenía el mismo vigor, eran volátiles al tiempo y llegaban solas a la boca de la bestia enferma de verborrea obstructiva.
Y poco a poco fueron quedando un par de verbos con tradición... la mayoría eran en realidad invenciones de la semana pasada.
El lenguaje carecía de estética, ya no era un arte escribir literatura, por ejemplo.
Las personas quedaron incomunicadas porque con la desaparición de los verbos valederos sólo quedaron un par de coprolalias y nadie quiso parecer enfermo mental.
¿Qué lenguaje gestual? ¿Qué comunicación proxémica, icónica y todas esas habladurías? Ya nada quedaba con la ausencia de los códigos. Y entonces nadie habló. El mundo estaba en completo silencio. El monstruo acechaba y nadie gritaba. Él se hacía notar y se imponía masacrando lo último que de lenguaje quedaba; libros, letreros con publicidad, marcas y etiquetas en las ropas, todo absolutamente todo, pero nadie gritó ante su presencia.
Atorado de tanto festín verbal y contemplando con miedo su desolación decidió mover por última vez su bocota antes de irse a la tumba, llevándose consigo todo lo devorado.
Les entregó a los sobrevivientes de la tiranía dos palabras para que formaran nuevamente lenguas y volvieran a ser seres humanos: libertad y amor.
... ¿Libertad? Para que se olviden de las cadenas que un día yo les puse... ¡qué generoso de tu parte! y ¿Amor? para que se acuerden de su principal obligación en el planeta... ¡qué luz para la humanidad!
Pero al ausentarse los códigos, los significados no pudieron sostenerse. Nadie etiquetó desde ese entonces. Nada podía llamarse mesa o silla, todo en realidad era imágenes incomunicadas.
Se borraron los significados, o al menos lo que solíamos entender por determinadas palabras. Y así, confundidos, transformaron sus regalos en antónimos. ¿Qué valor podría tener una palabra como amor, en un mundo sin comunicación?, si era imposible amar sin decirlo, sin hacerlo saber, sin siquiera "saber que se está amando". ¿Qué valor podía tener la palabra libertad en un mundo donde en las calles no se podía protestar, mucho menos usar cánticos ingeniosos para alzarse si en su poder no tenían la principal arma -el pensamiento- que viene unido al lenguaje del que habían sido despojados? ¿Cómo darse cuenta de sus problemas si sus sentidos estaban tan obsoletos al no comprender su miseria? ¿Cómo luchar contra aquello si eran peces sin branquias, cuchillos sin filo?... ¡humanos sin expresión!, humanos muertos.

Unos caudillos desearon regocijarse con la pérdida del léxico, pero vieron ante sus ojos censuradores cómo el pilar de la humanidad se derrumbaba. Ya no tenían como subordinados a personas. Ante sus ojos ahora habían momias; ocultas y silenciosas momias.

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