Repté como pude por la tierra mojada transformando la tersa piel de un cuerpo robado en duras escamas de reptil. Recuerdo que tragué unos cuantos litros de agua que escurría por el sendero. Cristalina y vital, majestuosa y voraz, me arrastraba al inicio del todo, el océano. Siempre el agua va donde hay más agua. Mi misión, sin embargo, era encontrar el sol más cercano de esta macro galaxia, para así quitarme de una buena vez este disfraz de adefesio, tan escasamente correspondiente a mi naturaleza.
Y me apuré, me apuré para llegar pronto a mi destino. No podía darme el lujo de malgastar los pocos segundos que podía permanecer en este pequeñísimo e insignificante cuerpecillo. Esta era una competencia de enormes magnitudes. Y mi mente obnubilada por un pensamiento anterior a mi existencia no podía pensar en otra cosa que no fuera ganar. La trascendencia como eco resonaba en las cavernas de mi estructura. Y por los lados codazos, carentes de codos, se me enterraban justo en la cabeza.
Quizá me confundieron pero ciertos sujetos trataron de hacer sinapsis, propagar un virus, una bacteria de escala estratosférica o quizá una célula del cuarto signo zodiacal que podría provocar una extraordinaria metástasis del microcosmos y dañar profundamente mi misión en la galaxia Afrodita.
En esta stasis de individuos, hecatombe de personajes, lo que menos quería era un contacto tóxico. Envenenar mi historia era envenenar el alma para siempre. Bajo la piel de pH ajeno, llevaba escrito el camino a seguir en esta misión. Un libro con hojas blancas, al comienzo, y hojas negras hacia la segunda mitad y término. No tuve tiempo de leer, pero se titulaba "Genoma: historia y muerte". Como dije, sólo me apresuré.
Corrí como nunca y me alegré de eso. Adelanté a muchísimos que sucumbieron a las tentaciones de la fatiga.
Esperaba, con el alba, encontrarme junto a aquella esfera, tomado de la mano del dios Apolo, esperando el amanecer más bello, y obviamente mi acceso a la cámara de humanización asistida, para la colonización de esta nueva galaxia.
A tan sólo un par de metros, un ejército de fagocitos venusianos marchaban armados por vías tisulares protegiendo el régimen haploide. En sus manos las más poderosas armas bio-químicas que jamás vi, esperando disparar ácidos a quemarropa contra nuestra raza por considerarnos seres antígenos. Por suerte, pude refugiarme tras un escudo de moribundas entidades compatriotas. En realidad, poco me importó estar entre cadáveres y damnificados. Yo tenía en mente ganar la misión.
Al cabo de unos segundos me zafé de la gran redada que efectuaron los insensibles venusianos. Ya divisaba aquel majestuoso sol, que se almacenaba traspasando el Túnel de la Vita, que para mí simbolizaba la muerte. De tan solo estrechar mi cuerpo junto a las angostas paredes, moriría electrocutado por fuerzas descomunales.
A milímetros de mi propósito ungí el cuerpo que transportaba a mi persona real con hialuronidasa, el más caro de los aceites, que me permitiría atravesar las radiaciones de la corona solar.
Según el sueño permanente que había tenido en la Nodriza, y en el país de Sertoli, antes de comenzar mi rumbo, este sería el día más feliz de mi vida. Atravesaría regocijado en un placer único el murallón fortificado del Sol de Afrodita.
Ahora era un hombrecillo apolíneo. Mi sueño se cumplió.
Pero después de mi victoria viene mi derrota. Selección natural, fue el camino a mi triunfo, pero será mi perdición en el mundo venidero. De ser el más fuerte gladiador, seré el más débil de los gigantes. Pero ese es mi siguiente nivel. Deberé enfrentarme nuevamente a un proceso parecido en los próximos años, lustros, décadas, quizá siglos. Mas, sé que la victoria está en mis manos, porque en la desoxirribonucleidad de mi alma está escrito.
Y me apuré, me apuré para llegar pronto a mi destino. No podía darme el lujo de malgastar los pocos segundos que podía permanecer en este pequeñísimo e insignificante cuerpecillo. Esta era una competencia de enormes magnitudes. Y mi mente obnubilada por un pensamiento anterior a mi existencia no podía pensar en otra cosa que no fuera ganar. La trascendencia como eco resonaba en las cavernas de mi estructura. Y por los lados codazos, carentes de codos, se me enterraban justo en la cabeza.
Quizá me confundieron pero ciertos sujetos trataron de hacer sinapsis, propagar un virus, una bacteria de escala estratosférica o quizá una célula del cuarto signo zodiacal que podría provocar una extraordinaria metástasis del microcosmos y dañar profundamente mi misión en la galaxia Afrodita.
En esta stasis de individuos, hecatombe de personajes, lo que menos quería era un contacto tóxico. Envenenar mi historia era envenenar el alma para siempre. Bajo la piel de pH ajeno, llevaba escrito el camino a seguir en esta misión. Un libro con hojas blancas, al comienzo, y hojas negras hacia la segunda mitad y término. No tuve tiempo de leer, pero se titulaba "Genoma: historia y muerte". Como dije, sólo me apresuré.
Corrí como nunca y me alegré de eso. Adelanté a muchísimos que sucumbieron a las tentaciones de la fatiga.
Esperaba, con el alba, encontrarme junto a aquella esfera, tomado de la mano del dios Apolo, esperando el amanecer más bello, y obviamente mi acceso a la cámara de humanización asistida, para la colonización de esta nueva galaxia.
A tan sólo un par de metros, un ejército de fagocitos venusianos marchaban armados por vías tisulares protegiendo el régimen haploide. En sus manos las más poderosas armas bio-químicas que jamás vi, esperando disparar ácidos a quemarropa contra nuestra raza por considerarnos seres antígenos. Por suerte, pude refugiarme tras un escudo de moribundas entidades compatriotas. En realidad, poco me importó estar entre cadáveres y damnificados. Yo tenía en mente ganar la misión.
Al cabo de unos segundos me zafé de la gran redada que efectuaron los insensibles venusianos. Ya divisaba aquel majestuoso sol, que se almacenaba traspasando el Túnel de la Vita, que para mí simbolizaba la muerte. De tan solo estrechar mi cuerpo junto a las angostas paredes, moriría electrocutado por fuerzas descomunales.
A milímetros de mi propósito ungí el cuerpo que transportaba a mi persona real con hialuronidasa, el más caro de los aceites, que me permitiría atravesar las radiaciones de la corona solar.
Según el sueño permanente que había tenido en la Nodriza, y en el país de Sertoli, antes de comenzar mi rumbo, este sería el día más feliz de mi vida. Atravesaría regocijado en un placer único el murallón fortificado del Sol de Afrodita.
Ahora era un hombrecillo apolíneo. Mi sueño se cumplió.
Pero después de mi victoria viene mi derrota. Selección natural, fue el camino a mi triunfo, pero será mi perdición en el mundo venidero. De ser el más fuerte gladiador, seré el más débil de los gigantes. Pero ese es mi siguiente nivel. Deberé enfrentarme nuevamente a un proceso parecido en los próximos años, lustros, décadas, quizá siglos. Mas, sé que la victoria está en mis manos, porque en la desoxirribonucleidad de mi alma está escrito.
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